Mujer y naturaleza fue el ensayo precursor del ecofeminismo en los Estados Unidos. Este texto se publicó por primera vez en los años setenta, y por sus más de cuatrocientas páginas Susan Griffin atraviesa el canon literario, científico y artístico (con citas de Platón, Aristóteles, la Biblia, Descartes, Dostoievski, Einstein, da Vinci, Eurípides, Rousseau y Schopenhauer, entre muchísimos otros) para remarcar qué habían dicho sobre las mujeres. De estas citas surge una voz, una voz enraizada, una voz consciente de la violencia a la que se ha visto sometida durante siglos, largos siglos.
Es posible que hubiera querido algo más de tiempo para traducir el ensayo. Es algo que me pasa con todas las traducciones, y muchas traductoras se verán en las mismas que yo: cuántos meses más pasaría con un texto si no hubiera una fecha límite de entrega. A veces, en el capitalismo y en el mundo editorial, no se puede traducir con la lentitud que el texto merece: hay que pagar la cuota de autónomos, las facturas e intentar llegar a fin de mes. Antes de cualquier proyecto hago cuentas para saber lo que voy a cobrar durante los dos, tres meses que pasaré traduciendo el libro. Pero no hay que llegar a extremos: si el tiempo que tuviera para traducir fuera infinito, no dejaría de cambiar, toquetear, pulir y limar el texto de una forma bastante enfermiza.
Este ensayo supuso que yo diera un paso hacia adelante como traductora. No en todas las obras podemos quedarnos detrás, como una hadita que cambia, elige y ordena palabras. Muchas frases no aparecen en el texto por arte de magia. Hay algunas que sí, con una literalidad funcionan, pero la mayoría de Mujer y naturaleza surgen de una decisión bastante razonada detrás. Muchas de las decisiones traductológicas que tomé, sobre todo en la parte más lírica del ensayo, cuando Griffin se aleja de cifras y citas exactas, hacían que se viera el trabajo de la traductora —sin desmerecer a la autora, por supuestísimo, yo traspaso lo que leo con atención—. ¿Podría haber llegado a cambiar el texto meta? A veces he tenido que hacerlo, sutilmente, para que se mantuviera lo que quiso decir la autora. Es decir, he prevalecido el mensaje antes que las palabras exactas. Creo que es algo que suelo hacer en muchos textos, pero en este caso es más evidente. Es esa elección de preferencias, si pesa más el mensaje que la literalidad de las palabras (que no es más que un ejercicio de lealtad a varios aspectos de un texto), es la que te hace ser traductora o no serlo.
A lo largo del texto se reproduce la estructura del «se» como marca impersonal más un verbo («se dice», «se concluye», «se declara»). Esta estructura se debe a que en español es la marca que más se reproduce en textos jurídicos para mostrar impersonalidad. Por lo tanto, es la estructura que mejor se adaptaba a la visión de Susan Griffin del ensayo: la autora presenta una serie de afirmaciones históricas, sociales y literarias masculinas, que han sido las hegemónicas, y que difieren de su discurso personal. También, para representar esa diferencia entre voces, la autora presenta el texto en redonda y en cursiva, dependiendo del fragmento y de quién hable. Aquí como traductora solo tuve que mantener la presentación formal del texto en el idioma origen. Esta estructura cambia cuando aparece el texto en cursiva, en el que la voz adopta una primera persona en plural representando a las mujeres:
«Se prescribe por el bien de la raza humana que las jóvenes completen su educación con dieciséis o diecisiete años y después se casen. Se dice que la educación superior provoca un desarrollo defectuoso de los órganos sexuales.
(Y se sugiere que la educación superior ya había causado que se redujera el tamaño de la pelvis de las mujeres).
Se declara que el mayor logo de una mujer es ser la madre de un gran hombre»,
«Sabemos que estamos hechas de esta tierra. Sabemos que esta tierra está hecha de nuestros cuerpos. Porque nos vemos a nosotras mismas. Y somos naturaleza. Somos naturaleza que ve naturaleza. Naturaleza que llora. Naturaleza que habla de la naturaleza a la naturaleza. El mirlo de alas rojas vuela dentro de nosotras, ella vuela en nuestra visión interior».
El único fragmento de Mujer y naturaleza que traduje y revisé a mano es una cita de Adrienne Rich, a quien está dedicado este ensayo. Traduje el texto mientras trabajaba en la traducción de la Antología de las poetas estadounidenses, en la que me encargué de traducir los poemas de Sylvia Plath, Anne Sexton, Amy Clampitt y Adrienne Rich. Además, recuerdo que la traducción de estos dos libros coincidió con la revisión de las galeradas de mi primer poemario, La lejanía de nuestros cuerpos. Traducía los poemas por la noche, una vez había dedicado la jornada diurna a Mujer y naturaleza. A mediados de agosto, con unas cien páginas impresas, coloqué los poemas en el suelo del salón y los amontonaba en tres montañitas: a la izquierda el texto origen, a la derecha el texto meta, y algo más apartados los que ya había corregido. Entre ellos estaba el de Adrienne Rich.
«[…] esto fuimos, así intentábamos amar, / y estas son las fuerzas que se alinearon en nuestra contra, / y estas son las fuerzas que teníamos dentro, / dentro de nosotras y en contra de nosotras, / en contra y dentro de nosotras».
En muchas ocasiones la autora juega con el sexo de los animales que aparecen en el libro. Por ejemplo, el león que aparece en el capítulo «El león en la guarida de los profetas» se refiere a un león femenino. En español se traduciría por «leona» pero, al tener que mantener esa diferencia de sexo que marca Griffin en el lenguaje del texto origen, se mantuvo un desdoblamiento en el que se diferencia el sustantivo en masculino con el artículo en femenino. Aparece en otros subcapítulos también: «El león está en la jaula. Ella se pasea con sus recuerdos. Su cuerpo es un registro de su pasado. Mientras ella se mueve de un lado a otro, uno lo puede ver todo: la estructura débil, las piernas musculosas, la zarpa que encierra garras largas y afiladas, la asombrosa velocidad de su respuesta. Ella nació en este zoológico. Nunca ha estirado esas piernas en vida».
Otra de las decisiones traductológicas donde se hace más visible el hecho de que se está leyendo una traducción es en el capítulo «Transformación», en el aparado «Erosión». En este fragmento Griffin nombra una serie de elementos naturales, desde sustancias hasta accidentes geográficos: «Torrente. Troncos. Sabemos que no hay marcha atrás. Umbra (La sombra). Ultramar (La ola que vuelve). Reconocemos todas las consecuencias. Volcán (El magma se abre paso hacia la superficie). Wolframio (Descomposición y des integración). Rayos X. Yeso. Yodo. Zócalo. Decimos que somos parte de lo que se forma y somos parte de lo que se está formando. Dormimos y recordamos nuestros sueños».
Como es evidente, durante el proceso traductológico, tuve que convertirme en una experta en doma clásica, en la flora y la fauna estadounidense, en física. Pude hacerlo con la consulta de glosarios y tesauros especializados, que en más de un encargo de traducción me han salvado el pellejo. A veces una es especialista sobre el texto con el que trabajas, otras veces tienes que convertirte en ello.
(Glosario de términos. Cualificación profesional: cuidados y manejo del caballo)
(Tesauro multilingüe DeCS/MeSH: Descriptores en Ciencias de la Salud/Medical Subject Headings)
Susan Griffin ya tiene ochenta años, pero tuve la suerte de poder hablar con ella para revisar algunas dudas que ni el contexto ni los diccionarios podían solucionar. Creo que con estos ejemplos se puede ver que traducir es conversar. Conversar con el texto (en mi mente le pregunto qué acepción prefiere de los sustantivos que elijo), con la autora (si es posible), con la editora de mesa, Claudia (surge un proceso conversacional en el que compartimos dudas y sugerencias para pulir el texto una vez que se entrega la traducción), con amigas (que me resuelven más dudas y aceptan leer fragmentos traducidos) y con la lectora cuando ya está el texto impreso, distribuido y disponible en librerías y bibliotecas. Aunque se trate de una conversación, soy consciente de que soy una intermediaria y que soy un engranaje de esa Gran Conversación que tiene el texto y la autora con el lector. Traducir es la acción radical de transmitir un mensaje escrito.
Las obras pictóricas también acompañaron este proceso. Menciono solo tres: el retrato de Dora Maar de Picasso que nombra Griffin en el texto, la imagen que describe la autora de los hombres que han talado el árbol milenario en el apartado «Producción», que es la portada de este artículo, y la obra Ninfa en una fuente de Arnold Böcklin, que fue una de las posibles cubiertas que eligió la editorial.
Traduje el libro entre dos pueblos: uno en la costa gaditana, donde vivo, y el pueblo de mis abuelos, en la sierra de Madrid. Para alejarme del texto me iba a pasear a la playa o a la montaña, depende de dónde estuviera. Creo que la mejor forma de cerrar el texto es añadiendo fotos de aquellos días, del verano de 2023.
Gudrun Palomino (El Puerto de Santa María, 1998) es traductora. Ha traducido a autoras como Sylvia Plath, Susan Griffin, Adrienne Rich, Anne Sexton, Monique Wittig, Amy Lowell y Amy Bloom para editoriales como Alba Editorial, Navona, Bamba y Plankton Press. Es investigadora predoctoral en la Universidad Jaume I, donde escribe una tesis doctoral sobre la traducción de Sylvia Plath al español y la representación de las humanidades médicas en su obra. Colabora en medios digitales como CTXT y Zenda. Sus poemas se han publicado en diversas revistas literarias y se han traducido al inglés y al italiano. La lejanía de nuestros cuerpos (Isla Elefante, 2023) es su primer poemario.