María Martínez Bautista y Antonia Pozzi: traducir para beber de la misma agua

Antonia Pozzi, Mayo, 1937. Fuente: Centro Internazionale Insubrico “Carlo Cattaneo” e “Giulio Preti”

Este libro empezó en Florencia. En una librería cerca de Santa María Novella, en el verano de 2018, decidí que debería regresar a Madrid con la obra completa de Antonia Pozzi. Compré Parole. Tutte le poesie, un volumen con edición de Graziella Bernabò y Onorina Dino, y publicado por el sello Àncora; y casi en ese mismo momento decidí también que aquello no bastaba, que además debía traducir algunos de esos poemas. Había un poder extraño en ellos, un magnetismo limpio y ajeno a las trampas frecuentes del artificio poético. Leer a Antonia Pozzi se parecía mucho a beber agua de una fuente clara.  Y yo quería, porque así son las obsesiones, que todo el mundo tuviera la ocasión de beber aquella misma agua. 

La obra completa de Antonia Pozzi (Milán, 1912-1938) está compuesta por unos trescientos poemas, que no fueron reunidos en ningún libro durante la vida de la autora. Son textos que se hallaron después de su muerte, en sus cuadernos, como una herencia inmaterial de la que el mundo no era todavía consciente. Aquella joven de la alta sociedad milanesa, estudiante lúcida y apasionada, alpinista en los picos de la Italia del norte, había sido también una poeta formidable, profunda y melancólica, originalísima. 

¿Qué poemas escoger para presentarla a los lectores españoles? ¿Cuáles conformarían mejor el retrato de su enorme capacidad poética? Lo cierto es que no me resultaba sencillo establecer unas directrices para hacer la selección, por lo que decidí que esta obececiera, casi estrictamente, a mis intuiciones pasionales: aquellos poemas que más permanecían conmigo después de leerlos, aquellos que quería volver a leer después de haberlos ya releído, aquellos que suponían para mí un vuelco en la conciencia eran los que debían formar parte de esta traducción. Así, en un cuadernito, empecé a anotar los poemas que quería traducir, a hacer listas, a tachar títulos…

También supe casi desde el principio que los diez textos que integran La vida soñada debían estar presentes: este es el único conjunto de poemas que Antonia Pozzi reunió en vida, como regalo para su amante Antonio Maria Cervi, quien había sido su profesor de latín y griego en el Liceo Manzoni. Estos poemas son el resumen más hermoso posible de su relación, del amor que se profesaban el uno al otro, de su deseo frustrado de ser padres. El final que los padres de Antonia forzaron para este romance marcaría la vida de la autora. 

Al enfrentarme a la traducción de los poemas, había un pulso que mantener, una gracia que no quería que se perdiera –sin gracia no es posible que exista la poesía–, una música que debía seguir sonando. Siempre se pierde algo de esto en una traducción, por supuesto, pero quería poner todo de mi parte para que fuera lo menos posible. Transcribí los originales y luego, con la página dividida en dos mitades, intentaba que hablaran en mi idioma. Además de los diccionarios al uso, fue valiosísima la ayuda de la enciclopedia digital Treccani para lograr la exactitud de algunos términos y para comprender cómo otros poetas los habían utilizado en sus obras. Todos los matices de las palabras y de las frases hechas están perfectamente representados en esta enciclopedia que no me canso de recomendar.

Una vez tuve suficientes poemas traducidos, seleccioné los cincuenta que consideré mejores y los dividí en tres secciones. La tercera era La vida soñada, el ya mencionado conjunto de diez poemas que la autora reunió para su amante; las otras dos se titularon La noche de mi nombre El tejado oscuro, y reúnen algunos de los poemas amorosos de Pozzi –la segunda– y de los poemas introspectivos, reflexivos, sobre la vida, la naturaleza, la amistad y la familia, entre otros temas –la primera–. Esta es, de hecho, mi sección favorita: la muerte y la tristeza palpitan en todos estos textos, pero son dulces, clarísimos; poemas de asombrosa potencia, como “Estaciones”, poemas  que muestran todo el rango de la mirada, todo el abanico de la observación que hace la autora del mundo, posándose sobre las cosas como una lucecita, elevándolas, traspasándolas de sentido.

Por supuesto esta traducción habría existido solo para mí misma si Elena Medel no hubiera aceptado publicarla en La Bella Varsovia, así que la edición propiamente dicha es una parte importante de Inicio de la muerte. Y la imagen de cubierta, un bodegón de Elisabeth Blumen fotografiado por Carlos Rejas, es casi un espejo de la atmósfera que se respira en la poesía de Antonia Pozzi.

Haber trabajado en esta traducción es una de las (pocas) cosas de las que estoy orgullosa y el proceso estuvo en sí mismo impregnado de una rara belleza: ordenados cronológicamente en su obra completa, los poemas me brindaron el retrato de la autora más fiel que se pueda tener, el más íntimo y secreto. Sus versos se colaban en mis sueños; recitaba mentalmente, porque empezaron a acompañarme –y no han dejado de hacerlo– algunos de sus poemas. Su manera de hablar sobre las estrellas, sobre los árboles y las flores, sobre los senderos ha transformado mi forma de mirar las estrellas, los árboles, las flores, los senderos. 

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María Martínez Bautista nació en Madrid en 1990. Es licenciada en Historia del Arte por la Universidad Complutense. Ha publicado los poemarios Primera noche en las ciudades nuevas (Colección Monosabio, Ayuntamiento de Málaga, 2012; próxima reedición en La Bella Varsovia) y Galgos (La Bella Varsovia, 2018), que obtuvo el II Premio “Javier Morote”, con el que el proyecto Los libreros recomiendan (CEGAL) distingue al mejor libro publicado durante el año anterior por un autor o autora joven. Ha traducido al castellano la poesía de Gaia Ginevra Giorgi (Maniobras secretas; La Bella Varsovia, 2018) y de Antonia Pozzi (Inicio de la muerte; La Bella Varsovia, 2019). Sus poemas han aparecido en revistas y antologías como Tenían veinte años y estaban locos (edición de Luna Miguel; La Bella Varsovia, 2011). Actualmente trabaja como editora.