Rodrigo García Marina: cuando nos preguntan, preguntamos

 Supongo que Aureus, como condición necesaria para ser libro, se ha hecho realidad gracias a dos elementos; el autor (en este caso yo mismo) tiene algo que contar y, además, cree fervientemente en aquello que produce. Ahora que reviso el borrador del poemario, me resulta curioso que la última cita escrita antes de dar con Aureus sea un recuerdo del desierto de Merzouga. Aureus como proyecto poético se plasmó en el verano del 2017 mientras realizaba una investigación en el Departamento de Infecciosas de la Universidad de Heidelberg (Alemania). Quizá sería necesario hablar, antes que nada, de los libros que me acompañaron durante ese tiempo. Destacaría cuatro, dos de ellos relecturas: los libros de poema collage de Herta Müller que, además de aportarme una sarta de vocabulario inútil para mi día a día, consiguieron hipnotizarme de nuevo. Y un acto de psicoanálisis, desde perspectivas más (o menos) empoderantes, sobre el personaje que Mishima recrea en “confesiones a una máscara”: 

Además mantuve mis discusiones con un ensayo sobre estética de Kandinsky y me enamoré de la maestría de Belén Gopegui (recomendación de Sergio Fernández)

Aureus no atiende a los preceptos ni a la lógica creadora que hasta el momento había contemplado como posible. Tal vez esa sea la razón por la cual en octubre consigue un premio de poesía experimental y/o irreconciliable. Para empezar no fue escrito a ordenador (la transcripción, que sí lo fue, tuvo que atenerse a mi riguroso orden: letra Times New Roman 12, texto justificado e interlineado 1,0). Considero que la necesidad de crear un nuevo espacio lingüístico donde el Yo históricamente contemplado (también nos es útil el , que no es sino una demanda de la categoría Yo en cuestión) fuera cuestionado dando lugar a otros criterios de orden no normativos, son factores permisivos en tanto en cuanto la espacialidad de los poemas se desarrolla a través de líneas de azar. El motor del mismo fue una situación de irregularidad institucional y social. Mi labor como investigador no me permitía comer en La Mensa en calidad de alumno y, por otro lado, tampoco desarrollé la suficiente confianza con mis compañeros microbiólogos para ser invitado a compartir mesa (salvo por Elaine, la inmunóloga que se cogió vacaciones al día siguiente; en cualquier caso: Danke schön). Esto hizo que pasara mi tiempo libre (el crecimiento bacteriano es caprichoso, no entendiendo de relojes, dotándonos así  de largos descansos a la vez que jornadas estresantes e interminables) en la Bäckerei y en el botanischer Garten donde acostumbraba a reconocer los árboles, leer y escribir el poemario. Mi Moleskine negra tapa dura me acompañaba a todas partes porque era, junto con la música de Silvia Pérez Cruz, el único reducto donde conservaba mi lengua materna, (debo aclarar que los chilenos hablan otro idioma y sus códigos son más complicados de entender que los árabes). Los poemas se escribieron en guaguas, cuando la lluvia no me permitía coger la bicicleta sin frenos para ir a investigar, entre papers de mecanismos de resistencia, proteínas poderosísimas y preguntas que guiaban a otras preguntas pero que jamás concluían. Así como en cafés y en el suelo de una habitación con las ventanas rotas que se encontraba en la calle de los pubs por excelencia de todo Aldstadt. En el proceso de reescritura muchos poemas abandonaron la forma final o fueron profundamente modificados tal como los que adjunto aquí:

 

Aureus atiende a dos principios fundamentales:

Por un lado pretende tener un fin rupturista con la tradición musical, evitando así fórmulas rítmicas y generando sonoridades absurdas. La razón de ello no es más que un enfado con la institución musical y una incapacidad de creación a través de la misma. Esto supuso un grave problema el día de la recogida del premio pues resultaba estrictamente necesario recitar fragmentos, así como en las futuras presentaciones. Por lo tanto Aureus tuvo que ser creado de nuevo en mi cabeza, las bacterias de repente tendrían algo inaudito: voz (para ocasiones futuras espero que voto); por eso inventé una declamación histriónica

–no podía ser de otro modo en el contexto del poemario– que, curiosamente, sufrió una buena acogida. Además, tal como expliqué antes, parte de la reconstrucción del Yo; siendo los Staphylococcus Aureus el motor impulsor de la obra. A través de los mismos se puede acceder a un encuentro lingüístico entre conceptos entendidos como opuestos: lo infecto y lo puro. La reconstrucción del Yo como idea ha sido quizá una de las cosas que he tratado –desde el 2015– de investigar en mayor profundidad; tal vez porque no resulte un acto que represente a las mayorías, al menos a las representativas. Reconstruir el Yo, es decir, empoderarse, dota al poemario de lo que la sociedad denomina: visión queer del autor; “el horror” añadiría. Entendamos que las visiones queer existen porque la normatividad lo dicta así. Cuando se realiza un juicio bajo la tranquilidad del establishment las visiones tienen nombre y apellido. Por eso el selfie cumple una labor primordial en el desarrollo de los neo-individuos y, de algún modo está implicado con Aureus. Un selfie quizá para los humanoides millenials forme parte de, como tantos otros muchos, aquellos elementos que reafirman la existencia y un encuentro con la misma (adjunto prueba):

Aldstadt, 2017

Pero entre todas estas intenciones (puede que lleguen a resultar pretenciosas) no se encuentra la del compromiso político a través de la poética. El compromiso que subyace en Aureus es más bien hermenéutico; así lo imagino poblado de bacterias, chilenos, turcos, sirios, alemanes, hurones, vitruvianos y demás seres. Porque es en el entendimiento donde radica el encuentro, y como no: la posibilidad de creación, y para las víctimas de tanta violencia estructural por qué no admitirlo, de cierta amnistía. La creación que es nur

nur que es das Feuer

das Feuer que es yildiz

yildiz que es I love u honey, have a nice trip ¿are u crying?

oh, im crying too we could get married right now,

ok maybe is better say: goodbye

goodbye.

O eso creo yo.

 

Rodrigo García Marina (1996, Madrid). Estudió viola en el Conservatorio Profesional de Música de Las Palmas de Gran Canaria. Actualmente cursa el Grado en Medicina en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y el Grado en Filosofía en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Ha publicado ‘La caricia de las amapolas’ , premio Saulo Torón 2015, y ‘Aureus’ (Bandaàparte), premio Irrenconciliables 2017.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *