Ledicia Costas: el latido salvaje de la escritura

Un libro que nace siempre es para mí un impulso. Una especie de estímulo que provoca que la sangre bombee de una manera distinta. Más intensa, casi de manera salvaje. Hay algo animal en lo que me lleva a escribir. No importa la categoría literaria donde finalmente se enmarque aquello en lo que estoy trabajando, importa lo que lo origina. Le he dado muchas vueltas a los procesos literarios porque hay algunos que acabo olvidando. Sobre todo, los que conllevan algún tipo de sufrimiento. 

A veces me he descubierto a mí misma inventando sobre la marcha cómo ha sido escribir una obra en concreto, sencillamente porque no era capaz de recordarlo. Sé que generan mucha curiosidad los motivos que nos provocan a empezar un manuscrito. Casi siempre nos acaban preguntando sobre eso, especialmente las personas que nos leen. Por esa razón, con Piel de cordero, decidí escribir un hilo en lo que antes se llamaba Twitter. Para que no se me olvidase nada y el proceso quedase recogido ahí como una hemeroteca. Y también por otra razón: mostrar cómo es el día a día de alguien que se dedica en exclusiva a escribir. Con las subidas de ánimo, las bajadas, las interferencias, las dificultades para proteger los momentos que le dedicas a tu historia… Y también por todas las curiosidades que siempre existen alrededor de un texto que nace. Compartir este diario de escritura de la novela fue una experiencia que hoy definiría con la palabra «viva». Se estableció un diálogo muy rico con personas de todo tipo: algunas del mundo de la creación (cine, música, literatura…), otras eran lectoras, personas que quieren escribir sus propias obras y sienten curiosidad por todo el proceso de edición, desde que nace la idea hasta que la novela llega a las librerías… Fue tan interesante que tengo el propósito de repetir esta experiencia cuando empiece mi próximo libro. O, por lo menos, eso espero, porque confieso que a veces me agoto en el camino y no consigo cumplir todo lo que me propongo.  

Si no recurro a ese pequeño diario de escritura en el que se convirtió Twitter durante los meses que escribí Piel de cordero, diría que esta novela se fraguó desde la tierra. Me recuerdo a mí misma consultando libros de manera compulsiva: herbarios, El Martillo de las brujas, el Libro de San Cipriano, volúmenes sobre la Inquisición en Galicia, sobre antropología, plantas medicinales… Recuerdo también de manera intensa preguntarle a mucha gente sobre su relación con las brujas. Me interesaba si había existido contacto directo, pero también esas tradiciones que se llevaban a cabo en las aldeas, casi todas asociadas a la naturaleza. La presencia de la botánica es algo que me acompaña en muchos libros, pero en esta novela era fundamental empaparme de las aplicaciones curativas de las plantas. Los emplastes, las cataplasmas, los vahos… 

Pensé que este libro debía tener el olor del huerto de una bruja. Esa imagen ejerció como faro. No fue la única. Hubo otras tres que siempre estuvieron ahí, en mi cabeza: los insectos, un cementerio de tres tumbas y una casa que tiene alma. Que se retuerce, que sufre y que se manifiesta. Me interesa lo sobrenatural como materia literaria y una casa de una estirpe de brujas me daba las claves que yo buscaba para ir tejiendo la atmósfera. 

Esa es uno de los elementos que me obsesionaban: que lo que sucede en la historia casi se pudiese agarrar, oler, escuchar… Es la idea de un libro como un universo vivo. Supongo que la razón de esto es que las brujas -entendidas como esas mujeres que vivían al margen de la sociedad y que conocían los ciclos de la naturaleza y cómo podían utilizar las plantas para su beneficio- construían su propio mundo. Estaba cargado de elementos simbólicos y generaban tanta atracción y tanto interés como rechazo. Su mundo era un mundo relacionado con lo atávico. Otra vez la tierra. Menciono esto por la idea de tener un universo propio. Creo que eso es lo que yo hago y que, de alguna manera, es la intención que lo envuelve todo: construir mundos. Piel de cordero se desarrolla en Merlo, un espacio que ya había estado presente Infamia, y donde cobran fuerza varios elementos que tienen bastante presencia en mi obra: la naturaleza, lo sobrenatural, los espacios como entes que se manifiestan y condicionan la vida de las personas que los habitan…

Para escribir Piel de cordero hice un trabajo de campo que consistió en visitar tiendas esotéricas o acudir a consultas de brujas y santeros. Fotografié algunos pasos para no olvidarme nunca de todo aquello. Pero creo que, de todas esas visitas, la más especial fue la que hice al Pazo de Oca, una de las localizaciones centrales de la novela. Poder recorrer sus interiores, fotografiar las camas, los estampados de los edredones, el papel pintado de las paredes, el salón de los continentes o los escudos familiares, fue una experiencia que condicionó la escritura de la novela. La hizo más auténtica. A eso me abrazo siempre: a la honestidad como forma de entender la literatura.

Estas son las entrañas de Piel de cordero que son, en realidad, las de la propia vida entregada a la literatura.

Ledicia Costas es autora de más de treinta de libros infantiles y juveniles. En 2015 recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil por su obra «Escarlatina, la cocinera cadáver». Ha recibido importantes reconocimientos como el Premio Lazarillo -el decano de la literatura infantil en España, o el Premio White Ravens que concede la Biblioteca de Múnich. En 2023 recibió la Medalla Castelao por toda su trayectoria. Como autora para público adulto ha publicado tres novelas. La más reciente es «Piel de cordero».

Pilar Fraile: el poema que nace del rumor

Querida María,

Te confieso que cuando me llegó tu invitación a participar en este precioso proyecto me asusté un poco, la escritura de un libro de poesía es siempre tan misteriosa que pensé: Especie, pero ¿cómo he escrito yo este libro?

Con la prosa no tengo la misma sensación porque trabajo más sistemáticamente, dentro de lo que eso es posible en un trabajo de creación. Al emprender la escritura de una novela, por ejemplo, suelo tener perfilados dos o tres personajes y un conflicto. A partir de aquí diseño un plan de trama. En el proceso de escritura ese diseño inicial se va modificando, claro, pero al menos cuento con un mapa al que agarrarme, sin embargo, en el terreno de la poesía las cosas son muy distintas.

Con Especie, no sé explicártelo de otra forma, lo primero que sucedió fue un rumor, un canto sin texto ni orden, un impulso, si quieres. Tardé quizá un año o más en empezar a darle forma a ese rumor que era, fui entendiendo poco a poco, el sonido de la sangre, del cuerpo, de la herencia.

Una vez que permití al rumor liberarse, los poemas empezaron a fluir en distintas direcciones, sin control. Te aseguro que durante el tiempo que duró el primer proceso de escritura no tenía mucha idea de adónde iba a acabar todo aquello. 

Cuando ya estaba en la fase inicial sucedió algo que no supe como interpretar en ese momento: algunas imágenes, como las de la niña Omayra Sánchez tratando de aferrarse a la vida tras la explosión del volcán del Nevado del Ruiz, o las de los refugiados españoles cruzando la frontera de Francia en 1939, empezaron a obsesionarme.

Esas imágenes me sugerían textos más bien narrativos o reflexivos que no tenían, aparentemente, nada que ver con los poemas. Durante meses pensé que esos fragmentos formaban parte de otro proyecto que aún no podía vislumbrar, tal vez de un ensayo.

Los poemas, por su parte, seguían apareciendo de forma caótica y, al mismo tiempo, otras imágenes: como las ilustraciones de Philip Hood para Man after Man de Douglas Dixon, o las de las excavaciones de Atapuerca, me daban vueltas en la mente.

Creo que empecé a entender lo que estaba pasando cuando Especie se impuso como título de aquel conjunto de poemas, imágenes y textos aparentemente inconexos. El título hizo que surgiera  la estructura del libro, de la que, hasta ese momento, había sido totalmente inconsciente. Me fui dando cuenta de que los poemas tenían una suerte de adherencias, que tendían a organizarse por grupos y que, al mismo tiempo, esos grupos establecían un diálogo más o menos directo con los textos narrativos y reflexivos y con las imágenes que había ido recopilando. Fue en ese punto del proceso cuando el caos de partida empezó a tomar la forma de libro.

Luego empezó otro proceso, el de decidir qué textos se conservaban y cuáles, por reiterativos o por falta de relación temática o estilística con el resto, iban fuera. En esa etapa soy muy estricta, no me cuesta tirar a la basura lo que creo que puede entorpecer la lectura.

Finalmente me sumergí en la edición minuciosa de cada poema. Es el momento en que leo, releo y, sobre todo, «peso» el poema, trato de sentir qué palabras o qué frases lo desequilibran y le impiden levantar el vuelo. Te adjunto una muestra de poema en corrección, para que veas de qué te hablo. 

Con esa última fase de tachado le puse punto final al proceso de escritura del libro, y digo «le puse fin» y no «se terminó», porque, como sabes, un libro, y más si es de poesía, no se acaba de escribir nunca. Como todo proceso orgánico, lo que sucede es que tras el acabamiento de un cuerpo se sucede un comienzo, otro rumor que se alimenta de la materia precedente.

¿Te sirve esto? Espero que sí.

Un abrazo enorme.

Pilar Fraile es autora de las novelas Días de euforia (Alianza editorial, 2020), Premio de la Crítica de Castilla y León, y Las ventajas de la vida en el campo (Caballo de Troya, 2018). Asimismo, ha publicado el libro de relatos Los nuevos pobladores (Traspiés, 2014), un ensayo sobre escritura creativa, Materiales para la ficción, de Poe a Foster Wallace (Editorial Grupo 5, 2018) y seis libros de poemas, el último, Especie (Bartleby Ed., 2023) le valió una Beca de Creación del Ministerio de Cultura. Desde 2019 colabora con El País en la sección de opinión.