Virginia Mendoza: de las manos, la escritura

«A veces lo que dibujo es lo que veo en el lugar sobre el que voy a escribir. Otra forma de no perder detalle que me resulta tan útil como escribir mentalmente el primer párrafo.»

La entraña

Guardo un recuerdo del colegio en el dedo corazón derecho: un callo. Aún necesito escribir a mano y eso acaba doliendo, sobre todo si aprietas el bolígrafo más de lo necesario. Una profesora me decía que era el callo de los perfeccionistas, de los que pasábamos a limpio varias veces. Pero a mí no me nació ni lo mantengo por perfeccionismo. Es cierto que pasaba a limpio varias veces, pero lo hacía por puro placer y también por pereza: Nunca estudié de memoria, sino que escribía lo mismo varias veces y resumía los apuntes hasta reducirlos a dibujos.

Ahora, que vivo de escribir, siento el mismo temor cuando hago un gesto brusco, cuando cocino o cuando cargo algo muy pesado: lesionarme la mano derecha. Sólo la derecha. La escritura manual me sirve de guía. Tengo la sensación de que si no escribo a mano primero, aunque sólo sean los primeros párrafos, no me entero de la historia y el resultado va a ser demasiado frío.

«Servilletas de bar. Ahí está lo primero de que escribí de ‘Quién te cerrará los ojos.»

Cuando hago crónicas y perfiles, hay un paso previo a la escritura manual. Siempre formo el primer párrafo mentalmente. A menudo, lo hago en casa de los protagonistas, cuando se descuidan o justo en el momento en el que más me han tocado alguna fibra. Eso es lo que me permite plasmar lo más emocional de una forma menos artificiosa. Si van a la cocina o al baño, empiezo a anotar posibles primeras frases. Si siguen conmigo, no me queda más remedio que concentrarme mucho en lo que veo y siento, y esforzarme por no olvidar después lo que he ido montando mentalmente. En cuanto puedo, lo escribo a mano, antes de que se me olvide.

«La crónica de Movses e Iskuhi (un matrimonio centenario, ambos supervivientes del genocidio armenio) nació como un estado de Facebook que luego me llevé a Cuaderno armenio. La historia completa, mucho más extensa, está en ‘Heridas del viento’. Aunque no sea una libreta, a veces uso las redes sociales a modo de cuaderno de notas. «

 

 

En estos casos, me viene muy bien no compartir idioma con los protagonistas. Puede parecer una limitación, pero a mí me ayuda a plasmar emociones. Los tiempos varían porque alguien tiene que interpretar lo que me cuentan y eso me permite analizar con más detenimiento sus gestos, su mirada, la habitación, y escribir entre cita y cita…Las notas que tomé en Armenia, mientras alguien me contaba su vida, están salpicadas de descripciones y comienzos, gracias a estos tiempos muertos. Otras veces sigo el mismo proceso en cuanto salgo de sus casas y alguna vez incluso Facebook me ha servido como cuaderno de notas, como germen de algunas historias, aunque eso también me lo llevo al cuaderno antes que a Word.

Acabo de leer algo de Rodrigo Fresán que lo explica bastante bien:

«¿Será esta pequeña libreta donde anoto ideas sueltas un libro de autoayuda?, se pregunta El Argentino. Buena pregunta, y es posible, se responde. La libreta como involuntario manual para escritores bloqueados, para escritores que se la pasan carreteando por la pista sin recibir autorización de la torre de control para despegar su historia. El Argentino toma una edición paperback de Gravity´s Rainbow de Thomas Pynchon. La abre por cualquier parte. Descubre una frase en español rodeada por palabras en inglés. Página 306, Bantam Books: «Pero, ché, no sos argentino…», lee. Siente, de algún modo, que es una señal de algo, una advertencia».

No sé si la aparición de Fresán, justo ahora, será otra señal.

Virginia Mendoza, (Valdepeñas, 1987). Periodista y antropóloga. Autora de ‘Quién te cerrará los ojos’ (Libros del K.O.) y ‘Heridas del viento». Periodista freelance. Colaboradora en Yorokobu, Ling, Papel, Altaïr, Verne y Plaza.

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