Iván Repila: de impulso y velocidad

El proceso de escritura de todos mis libros siempre empieza de la misma manera: conmigo mirando a la pared durante horas, tal vez con un cigarro en la mano, intentando organizar las ideas básicas en mi cabeza, los personajes, la trama. Es un trabajo a dos velocidades, pero al mismo tiempo: el cerebro «rápido» delimita las cuestiones narrativas (tono, narrador, etc.), mientras que el cerebro «lento» se ocupa, por debajo, del tema principal y los secundarios. Cuando siento que ya no puedo más, porque me agobio conmigo mismo o porque ya no quiero seguir quieto, cojo el bolígrafo y empiezo a anotar todas las ideas, procurando utilizar esquemas muy básicos que, a pesar de su simplicidad, me permitan volver a ellos en el futuro. Mi letra es terrible, pero mi memoria es aún peor. Relleno páginas y páginas. Con números, con guiones, con llaves, con corchetes. Anoto puntualizaciones en los márgenes, posibles aspectos que deben ser revisados, flecos.

 

Luego llega la fase de documentación, que en el caso de Prólogo para una guerra duró seis meses. Leo libros vinculados directa o indirectamente con el tema de la novela, tanto ensayos como ficciones, y de todos ellos extraigo los puntos que me apetece tratar, señalando las páginas donde se encuentra la información, para regresar cuando lo necesite.

Finalmente, empiezo a escribir. Normalmente me atasco en la primera frase, porque encontrar el tono adecuado, en mi caso, es un proceso lento, de varios días, y me obsesiono con ello hasta que, tarde o temprano, esa primera frase aparece. Aunque luego la cambie, da igual. Lo que me importa es que suene como intuyo que suena el texto en mi cabeza. Y a partir de ahí, sigo escribiendo. Me gusta que ese primer capítulo surja desde el impulso, casi sin pensar, como si estuviera viendo crecer algo que no me pertenece. Y luego, sí, vuelvo al cuaderno y comienzo a estructurar la novela: partes, capítulos, escenas… No del tirón, desde luego, sino a pequeños pasos. Me conformo con tener más o menos organizados los dos o tres capítulos que siguen al que estoy escribiendo.

Cuando la redacción está avanzada, reviso mis notas y modifico, si me parece oportuno, capítulos enteros o parte de ellos. Reorganizo la estructura. Repaso lo que he contado, lo que no he contado y lo que debería contar. Reescribo. Y así, hasta el final. Me mando el documento de Word a diario a mi propio email, para evitar pérdidas. Y nunca escribo la palabra «Fin», porque sé que, después de un par de semanas de descanso, toca corregirlo todo. Es decir, tijera y más tijera. Tal vez por eso escribo libros tan cortos.

Iván Repila es escritor, editor y gestor cultural. Autor de las novelas: Una comedia canalla (Libros del Silencio, 2012); El niño que robó el caballo de Atila (Libros del Silencio, 2013; Seix Barral 2017), traducida al italiano, francés, inglés, coreano, holandés, rumano, japonés y persa; y Prólogo para una guerra (Seix Barral, 2017). Autor de relatos publicados en el diario El Correo, el Premio Bizkaidatz de la Diputación de Bizkaia y en las antologías El Quijote a través del espejo (2016), Historias de San Mamés (2015) e Ilustrofobia (2014). Articulista habitual en la revista «Primer Acto» y en el diario «Bilbao». Cofundador de la editorial Masmédula Ediciones, especializada en poesía. Gestor cultural para diversos organismos e instituciones nacionales e internacionales en la producción, coordinación y dirección de congresos, encuentros y festivales de teatro, música y danza. Profesor de literatura en talleres de lectura y escritura creativa para distintas escuelas del País Vasco.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *