Querida María,
me gusta trabajar con lo que ya no está. Porque no es cierto, lo que nos conmueve no sabe morir.
Soñka, la protagonista de mi libro, nació en Polonia (Imperio ruso) en 1846, fue condenada por robo y estafas, murió sola en la isla de Sajalín.
Pasó la adolescencia en el pueblo donde realizaba tareas domésticas aunque no quería. No le interesaba la vida pueblerina, no deseaba casarse ni ser una buena esposa, tampoco una buena hija. La vida para ella debía ser una constante obra de teatro, pero tenía que conseguir el vestuario, el maquillaje, más actores, amplitud, dinero.
A Soñka la casaron, no le quedaba otra en una época en la que las mujeres no podían siquiera viajar en tren sin la compañía de un hombre. Pero el anillo en su dedo anular tenía el peso de una montaña.
La vida familiar no duró tanto. A los 17 años se escapó de su casa y viajó hacia las grandes ciudades para asociarse con los ladrones. Y lo logró, no sin drama.
Querida María, ¿qué sabemos de las mujeres que vivieron en ese tiempo que no podemos conocer? Queremos saber, por eso escribimos, nos sumergimos, como Adrienne Rich, en el naufragio del que salimos más extasiadas que antes (“Vine a explorar el naufragio. / Las palabras son propósitos. /Las palabras son mapas”), nos probamos máscaras, mudamos de piel, todo eso y más, para decirnos a nosotras mismas que toda leyenda es real. La ficción es la primera piel.
María, no sé qué te ocurre a vos, pero cuando yo escribo, soy otra y mi cuerpo engrosa sus bordes y el pelo se apura en crecer, la ropa se abre en capas y el árbol genealógico se agranda. María, empecé a querer la vida de Soñka hace ya 7 años, había visto un documental en ruso sobre ella. Me había llamado la atención que no hubiera tanta información acerca de esta ladrona, durante la Revolución fueron quemados casi todos los archivos. Sabemos que era sagaz y muy lista, no caía en las trampas, se maquillaba para cada robo de una manera distinta, la policía no entendía a quién buscar, cómo atraparla.
¿No hay algo de eso en la poesía, para nosotras, María? ¿La poesía no es acaso lo que no se deja asir pero es la esencia de nuestras vidas?
Cuando empecé a trazar el hilo de la historia de Soñka, anoté en un cuaderno frases exclamativas, fue una verdadera fiesta imaginar los vestidos pomposos que usaría, los carruajes que le servirían para huir de la escena, ¡los rostros atónitos de los hombres ricos al darse cuenta de que habían sido estafados por una joven! Daba placer imaginar esos rostros.
María, yo llevaba otra vida cuando comencé a escribir los primeros poemas, mi mejor amigo no estaba muerto, yo vivía en otra casa, tenía un balcón con geranios, lloraba seguido, paseaba por el Barrio Chino pateando las hojas en otoño. María, los lectores no saben las cosas que nos ocurren mientras el libro avanza suavemente. Escribirlo, pensarlo, sentirlo, a veces nos lleva un año, dos, tres o más. Cuando leo una reseña que sugiere que mi poemario resulta corto porque tiene 58 poemas, yo susurro: “Son 58 poemas y tres años. Tres años sumergiéndome en un naufragio”.
María, no temo admitir que Soñka me rescató de una tristeza prolongada y por eso quise encontrar un hermoso cierre para esta ladrona, quise que en los poemas del final aparecieran los caballos y el tren. El tren hermano, el tren madre, el tren como una cinta en el pelo, el tren como un cordón umbilical. Y los caballos, encargados de llevarla hacia la muerte, en calma, con las crines escarchadas y los ojos llenos de cielo.
Natalia Litvinova es poeta, editora en Llantén y traductora de poesía rusa. Nació en Bielorrusia en 1986 y vive en Buenos Aires, donde imparte talleres de poesía. Publicó varios libros, entre ellos Todo ajeno (Vaso Roto, 2013), Siguiente vitalidad (La Bella Varsovia, 2016), Cesto de trenzas (La Bella Varsovia, 2018), La nostalgia es un sello ardiente (La Bella Varsovia, 2020) y Soñka, manos de oro (La Bella Varsovia, 2022). Su obra ha sido publicada en Alemania, Francia, España, Chile, Brasil, Colombia y Estados Unidos.