Ramón J. Soria Breña: escribir caminando

Te parecerá un tópico, pero yo “escribo mucho” en el campo o camino del campo, de mis ríos, conduciendo, pero mucho, mucho, diría que casi todo. Suelen ser viajes largos de dos, tres, cuatro horas. Se trata de un tiempo hipnótico y para mi muy fértil. Muchas veces paro para tomar notar en un papel o grabar algunas ideas. Antes usaba una minicasette y ahora el móvil. En esos viajes los textos se estructuran. Nace en ese largo camino el esqueleto fundamental, todos los huesos que luego llenaré de “carne”. Pero los huesos lo son todo (Creo que si no saliera a los ríos o a la montaña, no escribiría nada). Como me gusta estar en el río al amanecer, salgo muy temprano de la ciudad, y esos momentos de ir hacia el día, totalmente despejado, por carreteras vacías, son muy productivos.

También debo incluir en los “viajes escribiendo” los de trabajo, los aeropuertos, hasta los trayectos en metro por Madrid. Entonces utilizo cuadernos de todo tipo de formas y tamaños, casi todos me los regalan. También tengo que decir que escribo fatal a mano. Desde pequeño ya escribía a máquina, primero en una vieja Olivetti de mi padre, luego en un ordenador prehistórico, un Amstrad 1640 que no tenía ni disco duro, cuando comencé a trabajar, por el año 90, me compré un Mac, y hasta la fecha. Pero sigo con las libretitas y los cuadernitos. Incluso los artículos (en cambio los informes y análisis de mercado, que también son textos, me es imposible escribirlos fuera de un despacho).

Luego paso el texto al ordenador. Así ese esqueleto se va llenando “de carne”. Tengo varias “criaturas” creciendo a la vez, y en los cuadernos todas se mezclan. En el ordenador transcribo o reinterpreto las notas, pero ya corrijo poco, lleno de músculos y vísceras la estructura de una historia que para mi “ya está escrita” (y hasta muy escrita). Después suelo imprimir y encuadernar el texto terminado en formato libro y ahí hago nuevas correcciones cosméticas, tachar lo que no me gusta, que suele ser mucho, sustituir algunas palabras. Ese formato, de lomo pegado y tamaño pequeño me permite llevarlo a cualquier sitio, hasta en el bolsillo del abrigo. 

Podría decir que “los últimos hijos del lince” la escribí en Brasil, pero sobre todo en aeropuertos y hoteles laborales. “Los dientes del corazón” de paseo por Madrid, en muchos cafés y bares (acababa de volver a Madrid tras años de exilio en una ciudad dormitorio de la periferia). “Cartas de amor que nunca escribiste” la escribí en un pequeño apartamento cerca de la glorieta Quevedo durante algunas semanas de casi absoluta soledad, salvo mis obligadas y vitales salidas al campo. “El barco Caníbal” en plena crisis económica, amorosa, existencial.. Todo era un desastre, pero escribir me llenaba de energía y buen rollo. Comenzó como un cuento y luego como un guión largo que me pidió una productora y no llegó a buen puerto, como nada en aquellos años. “Los ríos salvajes” la he escrito muchas veces casi a pie de río y también en todos esos viajes camino de agua. Ahora, hace unos cuantos años, muchos de esos textos, antes de acabar en el papel, viven un tiempo en mis blogs, es una forma de contar con la impresión de algunos lectores que conozco bien.

Uno de mis ríos. Garganta Jaranda, Poza “del águila”. He venido a pescar aquí desde los 15 años, a veces desde muy lejos, esos viajes son ideales para escribir.
Pequeña trucha. Garganta de Alardos.
Ya no la utilizo, pero comencé a escribir en esta máquina. Tenía dos iguales heredadas de mi padre y de mi abuelo.
Notas de un viaje al Inauni, Rio Branco, Amazonas, proyecto de documental sobre los usos de la ayahuasca. La parte selvática de la novela “los últimos hijos del lince” se basa en estas notas. Gracias a que sabía pescar, cazar y andar por el monte no lo pasé mal, el resto del equipo, pufff….
Cuadernos varios que están en activo, algunos con notas de “el Barco Canibal”
Los mismo cuadernos con mi letra imposible. El no entenderla está muy bien porque tengo que echar mano de lo que tengo escrito en la memoria.
De los cuadernos las siguientes correcciones son en este tipo de impresión, encuadernadas como si fuera un libro.
Son una forma de corregir muy cómoda y portátil
De vuelta al río. Una pequeña garganta muy salvaje y pequeña llamada “Descuernacabras”, cerca de Monfragüe.

Los libros al final, son mucho más sosos en comparación con todo lo vivido. Sobra decir que yo me lo paso muy bien escribiendo (¡y sobre todo antes!, cuando salgo de casa a eso de las cinco o seis de la mañana, con un viaje largo por delante y dos días de libertad y río…)

Ramón J. Soria Breña. Jarandilla de la Vera (1965) Escritor y antropólogo. Durante treinta años he trabajado como consultor de mercados especializado en los cambiantes hábitos alimenticios de la sociedad española. He publicado el libro de relatos gastronómico-amorosos “Los dientes del corazón” (2015) y la novela “El Barco Caníbal”, (2018) Tengo pendiente de publicación las novelas “Los Últimos hijos del lince” y “Cartas de amor que nunca escribiste”. A veces de gastronomía política en el semanario CTXT.es, en revistas de sociología, de pesca… Pero mi oficio más permanente ha sido el de padre, pescador y “viajero de ríos”. Desde una militancia por la defensa de los últimos ríos salvajes de España y en contra de los embalses y la creciente e ignorada contaminación, pero también desde la convicción de que los ríos son un excelente espacio para el aprendizaje de vivir, comencé a escribir este libro, muchas veces a pie de agua. “Los Ríos Salvajes” sentía que era como continuar la senda abierta por Edward Abbey, Gary Snider y Ota Pavel porque de la defensa del agua dulce del planeta y de sus bosques de ribera sigue dependiendo la vida humana.