María José Navia: Tal vez un diario

Desde finales del 2013 que llevo un cuaderno en el que escribo tres páginas por día. En ellas, anoto lo que me pasa y las ideas para mis cuentos. A veces incluso párrafos que luego uso en mis historias. Hoy lo reviso – y transcribo – para “Las entrañas del texto” y veo cómo se fue armando uno de mis cuentos más queridos: “Salir corriendo” que salió publicado en Estados Unidos en mi libro Instrucciones para ser feliz (2015) y luego, en Chile, en Lugar (2017).

Veo también lo mucho que uso la expresión Tal vez.

 Nov 28 [2013]

Cambié de lápiz. Esto no va a fluir tan rápido, creo. La vida escrita con otro tipo de lápiz: otras suciedades, otras pausas, otros dolores también. Escribir a mano es incómodo. Pero es cierto que la conexión es distinta. Me dan ganas de volver a mi novela. Ahora sé por qué Andrés corre. Ahora lo entiendo, ahora que también corro. Es raro, porque si bien estás rodeada de gente, estás cansada y es un esfuerzo, uno siente como si estuviera – por fin – sola con su cabeza.

Me gustaría escribir un cuento en el que nos metiéramos en la cabeza de distintos personajes que se están ejercitando en un gimnasio. Las razones son múltiples, son tan distintas. La primera que se me ocurre es una chica con el corazón roto & corre para a) “acercarse” a esa persona que tal vez está lejos (se mudó a otra ciudad, a otro país) o bien corre para alejarse (fue alguien que la persiguió mucho, que le hizo mucho daño). Tal vez alguien va al gimnasio porque es tímida y se siente sola. Correr con gente a cada uno de sus costados la hace sentir acompañada por 30 minutos. Si se cae alguien la va a recoger. En su casa, si se cae en la ducha, nadie se va a dar cuenta. Tal vez el cuento se puede llamar 30 minutos.

Podemos mirar también a la gente que trabaja ahí. Lo aburrido que debe ser. ¿En qué piensan las personas que atienden el mesón de entrada? Tal vez buscan info en internet para las tareas de sus hijos, compran regalos. ¿Qué pasa con la gente que limpia? Que se mete a limpiar en los locker rooms donde hay tantos cuerpos. Se podría escribir un tratado de antropología con la relación que cada persona establece con su desnudez y la de los otros. ¿La persona que limpia queda en shock por la brutalidad de los desnudos o bien reflexiona sobre la belleza? Tal vez esta reflexión la hace una de las deportistas que se desviste y no la señora de la limpieza.

Casi podría ser una nouvelle, con cada sección enfocada en un sector del gimnasio.

[…]

En el cuento del gimnasio que cada personaje “narre” o sea narrado en un modo distinto. Primera, segunda, tercera persona, corriente de la conciencia desbordada, más minimalista. Fijarse en detalles, en objetos. ¿Qué pasa con las interacciones, con los diálogos, en un espacio como este?

Tal vez hay un niño en el lobby haciendo la tarea y esperando a su madre (o padre). Hijo único, está obligado a acompañar a su madre a todo. Puede ser un narrador que vea su futuro, cómo le van a afectar estas prácticas. Ojalá uno pudiera ver las proyecciones de todas sus acciones. Cómo algo tan pequeño como que tu padre no vaya a tu presentación de fin de año del colegio puede determinar o al menos influir en que te vaya después bien o mal en el amor. Uf.  Confundir amor con separation anxiety. Seguir reflexionando en los versos de Aracelis Girmay: “I want to know what we do with the dead things we carry.”

3 de diciembre [2013]

Dejar a alguien es un verbo difícil de conjugar. Ni en presente, pasado o futuro sino en gerundio. Yo estoy dejando. En cada minuto, segundo, de la vida. Mientras espera el bus o se cepilla los dientes, uno va dejando atrás, al costado, pero lejos. Eso falta en probablemente todas las películas que hablan del tema. Esa sensación de inminencia, de continuidad. Porque sí, hay continuidad en la separación. No es un corte. Es seguir dejando, decidir seguir dejando. Algo de eso hizo Kureishi en Intimacy pero ni siquiera. Dejar a alguien es vivir meses en carne viva. No es solo el desgarro final y las reverberaciones siguientes. Aunque suene paradójico, sí, la continuidad de la separación.

Tal vez esta reflexión puede ser de uno de los personajes de 30 minutos. Quedarse un rato más en el gimnasio es otra forma de conjugar la separación.

Entonces, este hombre que se está separando (aunque sólo él lo sabe), la chica con el corazón roto que corre, corre y corre. Y tal vez un tercero o 2 más, con problemas diferentes del amor. Tal vez la enfermedad, un personaje mayor. Ah, y el niño que espera en el lobby dibujando. Que tal vez se cuelen diálogos de interacciones banales. Que no digan nada sobre lo que está pasando. Pero que hagan ruido. Porque todas nuestras decisiones y reflexiones están llenas de ruido.

Otra cosa interesante del gimnasio, especialmente en relación a esos 2 personajes, es que uno precisamente va al gimnasio a ejercitar el corazón, se le llama CARDIO, las maquinitas te van midiendo las pulsaciones, te avisan cuando vas muy rápido. Uno tal vez podría o debería tener esos sensores en la vida real.

También el espacio del gimnasio es uno donde no se habla mucho, sin embargo uno está muy acompañado de otra gente. Y uno espía sus velocidades, observa cómo están vestidos, se imagina sus historias. Tratar de recrear ese ruido de las máquinas, de rodillas, piernas, siempre corriendo. Cómo va adormeciéndonos.

Medir nuestro progreso en distancia, aunque no nos estamos moviendo a ninguna parte. Cómo tal vez somos otras personas cuando estamos corriendo, más genuinas, más vulnerables.

Reflexión también sobre el tiempo. Son solo 30 minutos. Y el mundo entero se desarrolla en esos 30 minutos. Tenemos acceso a tantas posibilidades. Tal vez la madre del niño que espera en el lobby es la que está enferma o cree que está enferma. Tal vez está pensando cómo decirle al niño. O tal vez no está tan enferma pero quiere que su hijo piense que sí para así generar ese miedo en él para que nunca la abandone (el padre del niño se acaba de casar con una mujer muy joven y adorable y ella teme que el niño decida irse a vivir con ellos). Para captar el pulso de esta parte releer el cuento de las cucarachas de Nettel.

[…]

Otra vez, Joyce Carol Oates: Write your heart out.

Write your pain out, yo podría agregar.

El sudor se mete dentro de los ojos, cae desde los ojos, como lágrimas. Su cuerpo entero se convierte en agua. Se evapora. Siente la incandescencia, su rostro encendido. La oscuridad de afuera y las luces de adentro crean un efecto espejo en las ventanas y ella no se reconoce. Quién es esta persona, de dónde sale esa fuerza, ella que debe ir al baño a encerrarse a llorar durante sus horas de trabajo. Le gusta esa otra. Acordarse de Cohen: You look good when you’re tired. You look like you could go like this forever.” Buscar de dónde viene esta cita.

5 de diciembre [2013]

[…]

Volviendo al gimnasio, es fascinante que sea la terapia de tanta gente. Gente que tal vez igual va a terapias tradicionales o que precisamente las usa en vez de terapia hablada. Pensar en hacer catarsis sin hablar, solo enfrentándose a la propia cabeza, al cansancio. Ayer Pablo dijo que lo más difícil de correr una maratón es encontrarse así de solo y vulnerable con la propia cabeza. Es algo que yo también he empezado a experimentar y que sorprende. Los propios miedos, expectativas, recuerdos, se vuelven un tambor que retumba en el cuerpo entero, como si todo eso que tienes escondido hacía tanto tiempo empezara a circular por el cuerpo, invadiera por 30 minutos, una hora, lo que sea, el torrente sanguíneo, y todas esas personas, todas esas voces salen a pasear por tu organismo, te caminan, te recorren.

Los pasos de él la última vez que lo viste resuenan en tus piernas,en tu corazón, porque no te volteaste a mirarlo y solo queda el ruido. Porque el resto no es silencio. El resto es ruido y ensordecedor. Ruido ruido ruido.

Hay gente que tal vez piensa que correr es evasión, evadirse de los problemas, no hablarlos, pero no es verdad. Es un gesto valiente porque no hay un amigo o terapeuta que te acompañe y te contenga. Es meterse solo a la cueva del dragón, bajar al pozo oscuro y sin linterna.

[…]

Todos los personajes del cuento del gimnasio tienen miedo. Están muertos de miedo. Sin embargo, siguen corriendo y con eso de alguna forma miran el miedo a la cara. Y siguen adelante. Es lo único que queda y es la verdadera valentía. Decidir sonreír en un día de mierda es la verdadera valentía. Sobrevivir a un solo día como Leopold Bloom. Qué sirenas o cíclopes: cruzar la calle, levantarse de la cama. Ahí está.

 

12 de diciembre [2013]

[…]

Me interesa que en Cardio cada una de las voces sea muy distintiva. La del hombre que va a dejar a su mujer y que examina todo con un tono clínico, la mujer que debe recuperarse de un corazón roto o bien muy asustado; la mujer que contempla el prospecto de la enfermedad y la muerte con rabia y el niño que llega tal vez a ser malvadamente inocente.

Quiero reflexionar sobre distintos aspectos del corazón pero también de la escritura. Sacarle provecho al tiempo acotado y la idea del cuerpo: el cuerpo desnudo, el que se esconde y se exhibe, el cuerpo enfermo, el cuerpo que duele, el cuerpo bello, el cuerpo que espera, el cuerpo que se vuelve agua. También la idea de salud. Lo sano y lo enfermo.

Cardio — palabra que remite al corazón pero es tan fría – ya habla de esfuerzo y de mal funcionamiento (ataque cardíaco).

RECORDAR es volver a pasar por el corazón. Mientras bombea la sangre van bombeando los recuerdos. Allí se bajan todos los muros de contención, la chica está sola con su cabeza y tiene tantas ganas de gritar. Y a su lado alguien corre y tal vez solo piensa en las compras que va a hacer en el supermercado y sí, está bien que así sea. Qué ganas a veces de poder abocarse solo a las pequeñas minucias cotidianas.

[…]

“So long as you write it away regularly, nothing can really hurt you.” Shirley Jackson.

 

14 de diciembre [2013]

[…]

Tal vez la chica está enrabiada con su psicólogo y ha dejado de ir a terapia. El doctor la hace sentir como si no hubiera prosperado nada, como si poder levantarse de la cama, tomar desayuno y elegir su ropa no fueran hechos por los que dar las gracias a gritos. Nadie puede medir el progreso de otra persona, no hay máquinas que midan nuestros kilómetros y nuestras velocidades personales. Nadie que nos diga que el corazón está latiendo peligrosamente rápido, que bajemos la velocidad.

El ambiente relativamente controlado del gimnasio se llega a parecer al espacio seguro de la consulta del psicólogo. Estaba tan enojada con Dr. Patrick que llegaba a darle vergüenza. Significaba algo más, algo grande: que había tocado una parte vulnerable de su corazón, que lo había dejado allí expuesto para que pudiera verlo y pincharlo a su antojo: todo lo que le dijo esa sesión le supo a alfileres. Sabor metálico, dolor preciso, llevadero y bastante perverso a la vez.  Es más, lo odiaba. Lo odió durante esos cincuenta minutos, lo odió con cada una de sus células, con cada uno de sus mililitros de sangre. Todo su cuerpo se tensó en rabia. Y él se hizo el que no lo veía, el que no la veía, y cuando por fin hubo pagado se sentó en su escritorio a revisar quién sabe qué y sin mirarla remató: run this off.

Saca a correr esta rabia.

 

15 de diciembre [2013]

[…]

Los recuerdos circulan por el cuerpo como sangre sucia y viscosa; en días como estos Andrés logra invadir cada uno de tus poros. Te acuerdas de la manipulación, de los brotes de violencia, de las mentiras, esas que también parecen ir fluyendo por tu sangre y cuando llegan a tu cabeza casi la hacen explotar. Cómo pudo equivocarse tanto. Le envenenó hasta los sueños de pensar que el amor siempre traía este lado monstruoso. Y no ser capaz de aceptar nada más. Porque eso no era amor. Porque eso no dolía. Y el amor es dolor. Hasta los huesos, hasta invadir cada uno de tus órganos y dejarte tirada en el suelo, respirando apenas como una piltrafa. Su piltrafa. Y si bien te asombras de haber podido salir de ahí, como un milagro casi, la sombra siempre te alcanza. Ya bloqueaste su número de teléfono y su correo electrónico, te cambiaste de casa, apenas respiras para no levantar ecos ni sospechas. Cuidas lo que dices y a quien se lo dices. No vaya a ser que algo llegue a sus oídos y entonces decida volver a buscarte.

La situación la hace sentir tan estúpida. Como si no tuviera fuerza de voluntad. Ni ningún tipo de fuerza. Ni siquiera la fuerza de poder contárselo a alguien porque la vergüenza la atenaza. Porque van a pensar que eres tan débil, tan estúpida. Que no puedes ser más débil ni más estúpida. Le duele el cuerpo entero. La sangre muerta le nubla también la vista. Ni siquiera puede verse en el reflejo de la vitrina, verse así, corriendo, sin parar, sin poder parar porque, si se detiene, la van a alcanzar todos los fantasmas. La van a rodear, se la van a comer.

 

19 de diciembre [2013]

[…]

Ya casi termino “Cardio”. A veces me dan ganas de cambiarle el título a “Salir corriendo”. Pensar.

María José Navia (1982) es una escritora chilena. Ha publicado la novela Sant (2010) y las colecciones de cuentos Instrucciones para ser feliz (2015) y Lugar (2017). Algunos de sus relatos han sido traducidos al inglés, al francés y al ruso. Tiene un Magíster en Humanidades y Pensamiento Social (NYU) y un Doctorado en Literatura y Estudios Culturales (Georgetown University). Actualmente es profesora en la Pontificia Universidad Católica de Chile y escribe reseñas en paniko.cl y su blogticketdecambio.wordpress.com 

El 2017 fue finalista del Premio Cosecha Eñe con su cuento «Blanco Familiar».

Se puede escuchar el cuento «Salir corriendo» leído por la autora, aquí.

 

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