Dos voces se han enzarzado en mi garganta durante años, amenazando con estrangularme, los escritos sobre argumentación y la literatura. Si en los primeros he sido sistemática y en poesía suelo hacer un esquema del libro –que no siempre sigo– para las novelas parto de unas pocas líneas escritas a mano o en el ordenador, de un embrioncillo de situaciones y personajes que van desarrollándose. La memoria, pasado el tiempo, guarda datos que pueden resultar engañosos. Durante meses he contado que la primera idea de Las malas mujeres surgió de la biografía sobre Concepción Arenal de Anna Caballé, en la que se citaba la cárcel de La Galera de Coruña en la que había 300 presas. Cierto, pero he comprobado que la primera anotación sobre la biografía es “rapar ás mulleres nos hospitais para vender o seu cabelo”. Esto se trasladó a las primeras líneas del libro. Tal vez tenga que ver con una dura experiencia infantil: a mí me raparon el pelo al cero a los ocho años y fui al colegio con un gorrito de lana. En todo caso, desde que leí que Concha Arenal fue visitadora en La Galera imaginé un conflicto con una presa, una novela sobre la violencia social, ejercida sobre colectivos, idea que guía mucho de lo que escribo.
Anoto ideas de forma azarosa en más de un cuaderno. Compré este “Caderno de Viet Nam” en Ha Noi el 30 de diciembre de 2019; la pandemia se había iniciado aunque no lo sabíamos. Las malas mujeres fue escrita durante el confinamiento: el ordenador sabe la fecha exacta en que abrí el fichero, el jueves 2 de abril. Sisca aún se llamaba Nela y yo no sabía por qué estaba presa. Sí sabía que la novela tendría una estructura casi matemática, con tres partes de once capítulos.
El 31 de mayo de 2020 había escrito doce capítulos, pero aún seguía sin decidir qué había llevado a Sisca a la Galera. Ese día en Toba, la casa familiar de mi compañero Ramón Facal, su hermana Soledad sugiere una terrible historia, la de la abuela de Laura Losada, compañera de su hijo, que murió en 1952 por un aborto realizado en condiciones insalubres. Noventa años después del tiempo de la novela los abortos seguían siendo ilegales. Se sometió a tres por el hambre, no por la honra. La acompañaba su hija, Mercedes Losada, Chiruca, que tenía ocho años, y a quien está dedicada la novela. Anoté lo que me contó Laura y ella quedó en que Chiruca me llamaría, pero el Covid lo impidió y no pude hablar con ella hasta diciembre.
En la tarea de meter las manos en el pozo de la desmemoria para sacar de él las vidas de unas mujeres que no le habían importado a nadie, encontré pocas ayudas. No había documentación sobre la cárcel aunque tuve la fortuna de descubrir las Memorias de la Sociedad de la Magdalena. La crearon Concha Arenal y Juana de Vega –personaje fascinante y apenas conocida– para enseñar a leer a las presas. Me emociona el empeño de estas mujeres hidalgas en compartir conocimientos con las infortunadas. Para ello encargaron doce pizarras, como la de la imagen, comprada hace años en la feria de Monterroso. A los pocos meses el alcaide Vicetto prohibió la escuela. No era fácil hacer hablar en la novela a mujeres privadas de voz, por eso en los capítulos de “El mudo coro de las malas mujeres” toman prestada la voz de poetas, sobre todo Rosalía, para contar sus historias.
Sisca estaba encerrada y yo, durante los meses del confinamiento, también. Cuando se pudo salir paseábamos a las orillas del Sarela, y algunos de los pájaros o flores silvestres –ventureiras en gallego– que veía llegaron a las páginas en las que Sisca recuerda las veredas del campo. Así las extrañas raíces de los sauces, rojas como el cabello de las brujas –y el de Concha Arenal.
Corrijo una y otra vez lo que escribo. Procurar la palabra exacta, ajustar la arquitectura de la novela. Hasta el 28 de agosto, poco antes de enviarla al premio Blanco Amor, estaba escrita en primera persona. En poco más de una semana reescribí todo el texto en estilo indirecto. Suelo compartir novelas y poemas con algunas escritoras en quienes confío, y Las malas mujeres sufrió algunos cambios sustanciales a causa de esas lecturas.
Marilar Aleixandre (Madrid, 1947) ha ido rodando de un lugar a otro y añora todos ellos. Tiene la lengua partida entre la biología / la enseñanza de las ciencias y la literatura, para la que se apropió de la lengua gallega, robando infancias e imaginarios de otros. Ha publicado narrativa, poesía, literatura juvenil, ensayo y textos aún más raros. Sus últimos libros traducidos al castellano son Lobos en las islas (Arde) y Las malas mujeres (Xordica, premio nacional de narrativa), ambos en 2022.